jueves, 27 de octubre de 2011

SIN NÉSTOR, PERO CON CRISTINA


En un día como hoy, hace un año, moría el ex presidente Néstor Kirchner. Su muerte cayó como una bomba en la vida política argentina. Aunque el santacruceño hubiese pasado en el año de su fallecimiento por dos internamientos en razón de sus problemas cardíacos – en uno de ellos habiendo que ser operado – su desaparición agarró a casi todos de sorpresa.

En el momento de su muerte, Kirchner no era un simple ex presidente. Era, para muchos, más importante que la propia presidente, su esposa, Cristina Fernández de Kirchner
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Kirchner era el responsable por todo el complejo de alianzas, poniendo su cara interna y externamente para el sostenimiento del poder. Se puede decir que él y su esposa formaban un dúo, ella con un rol más institucional y él con un trabajo más ligado a la política práctica. Kirchner y Fernández más que un matrimonio afectivo eran un matrimonio presidencial.

La muerte de Kirchner fue impactante, básicamente, por dos motivos. Primero, él sería, muy probablemente, el candidato del Frente por la Victoria para la sucesión de su mujer, que dejaría pasó a él, así como él le había dejado paso a ella en las elecciones de 2007. Con su muerte, sería de Fernández la responsabilidad de intentar mantener el kirchnerismo en el poder en 2011. Segundo, sin su marido, muchos creyeron que el gobierno y el kirchnerismo podrían colapsarse. Se pensaba que Fernández no tendría el control de todo el juego de intereses que marcaban el país para conducirlo, principalmente en lo que se refiere a la relación con las gobernaciones, con los intendentes del conurbano bonaerense y con la CGT.

La visión algo miope de muchos analistas políticos y de la oposición quería dar la idea que sin Kirchner la presidente se tumbaría, siendo pasada por encima por la oposición y por aliados. Unos, incluso, llegaron a compararla con la primera mujer presidente de Argentina, Isabel Perón, que condujo frágilmente el país tras la muerte de Juan Perón de quien era vice, y cuyo débil liderazgo, en el seno de la lucha fratricida de las distintas orientaciones peronistas, propició un golpe de Estado militar en 1976.

La conducción de Fernández de Argentina mostró el cuan equivocado estaban quienes apostaban por su hundimiento. No solo no hubo el apocalipisis kirchnerista, como éste ganó una cierta evolución, que podría ser llamada de cristinismo.

Con Fernández sola en el comando del ejecutivo, el clima político en Argentina se apaciguó. La oposición perdió fuerza. El siempre complicado trato con la CGT del chantajista Hugo Moyano nunca se le fue de la mano - poco peso tuvo la CGT en la lista de candidatos a diputados en las recientes elecciones, por ejemplo - y los gobernadores e intendentes no se la tragaron con exigencias de partidas presupuestales.

Es verdad que la bonanza económica con que terminó 2010 y que se ha extendido en 2011 ha facilitado el trabajo de la presidente. Pero, ella también supo dar color a su mandato, elevando aun más su cota de carisma sobre la población. A cada discurso y aparición pública, Fernández enseñaba toda su fortaleza, habilidad y su seguro manejo a frente del ejecutivo. La platense demostró que era la líder por antonomasia.

El éxito de Fernández, entretanto, no fue una sorpresa. Ella nunca fue una marioneta de su esposo, muy por el contrario. Para quien tiene un poco de memoria sabe que antes de Kirchner ser candidato y ser presidente, la que más lucía del matrimonio, en términos nacionales, era ella. Como diputada nacional, a partir de 1995, y como senadora nacional, a partir de 2001, siempre tuvo un perfil alto, destacándose como una de las legisladoras más influyentes del país - fundamentalmente en el final de la presidencia de Carlos Menem, cuyo gobierno tuvo apoyo de ella y de su marido, pero del cual se desmarcaron antes de su ocaso.

Aunque Fernández siempre haga referencia a Kirchner en sus discursos – dándole, incluso, un tono celestial, reemplazando su nombre por el pronombre él – ella propia, quizá, reconozca, pese a que sea solo en su íntimo, la frescura que ganó su mandato tras la muerte de Kirchner. Creo que él no habría obtenido, por ejemplo, la abrumadora votación que alcanzó Fernández en las presidenciales del último domingo.

Si el kirchnerismo representó un salto cualitativo del trasnochado peronismo, sin perder algunos de sus defectos, el cristinismo está demostrando ser la etapa superior del kirchnerismo.

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