viernes, 28 de octubre de 2011

HACE UN AÑO


El año de 2010 ya había sido marcado por un evento que colmó de gente el centro de la ciudad de Buenos Aires, los festejos del Bicentenario. Aunque no con la misma cantidad de personas, otro hecho abarrotó el centro porteño, más precisamente en los alrededores de la Casa Rosada. Era el día posterior a la muerte del ex presidente Néstor Kirchner, cuando su cuerpo fue velado en la sede del gobierno argentino.

No sé exactamente porqué estuve presente, aguantando más de diez horas en una inmensa cola para pasar por el féretro de Kirchner. No era un kirchnerista (al menos de esos que defienden a capa y espada la figura de Kirchner y de su esposa, Cristina Fernández), y, mucho menos, un peronista. Como máximo era un simpatizante de su gestión en todo lo que marcaba su carácter progresista y transformador.

Pero, lo veía con reparos en algunos aspectos importantes. La falta de un sentido más republicano (el uso constante de aparatos del Estado, como helicópteros oficiales para su labor proselitista); el algo sospechoso crecimiento exponencial de su fortuna personal durante el mandato de él y de su esposa (aunque nada de concreto haya sido demostrado); la apropiación legal, pero oportunista, de decenas de inmuebles cuando era apoderado de una entidad financiera mientras regía la circular 1050, que indexaba las deudas hipotecarias con los altísimos tipos de interés del mercado en la época del monstruoso ministro de Economía de la pérfida Junta Miliar que gobernó Argentina entre 1976 y 1983, Martínez de la Hoz; su participación, aunque discreta, en movimientos de sostenimiento a la dictadura miliar cuando era abogado; y su apoyo a Carlos Menem en la primera parte de su gobierno, enarbolando las políticas neoliberales de entonces, especialmente en lo que se refiere a la privatización de YPF, de la cual fue uno de los avalistas, como gobernador de la provincia de Santa Cruz, que tenía una no despreciable participación en la petrolera.

De la historia de uno, nada podrá ser obviado. Los oscuros pesan tanto como los claros. Los errores no pueden ser anulados por los aciertos. Kirchner no fue un modelo ético. No se puede poner su imagen como un ejemplo de lo qué debe ser un servidor público.

Lo que me quedo de Kirchner no es de él como persona. Me quedo con sus osadas acciones que permitieron sacar a Argentina de la mayor hecatombe económica de su historia, llevándola, de nuevo, después de muchos años, a la senda del crecimiento y a la consecuente, aunque no suficiente, mejora en la calidad de vida de sus ciudadanos.

Me quedo con el decreto que derogó la Ley de Obediencia Debida, que posibilitó el juicio a los genocidas de la dictadura militar, en la cual, paradojas de la vida, el propio Kirchner había estado en la misma vereda.

Me quedo con las políticas que imponen que los ruralistas tengan que contribuir con sus enormes ganancias al desarrollo social del país. Y me quedo con leyes que estén en contra del monopolio de los medios.

Seguramente, no me quedo con todo que hizo Kirchner en su gobierno y como “ayudante” del gobierno de su mujer, Cristina Fernández, y no me lo compraría todo el paquete K. Mucho menos me quedo con la mayor parte de los distribuidores de este paquete a lo largo y ancho de Argentina (el aparato del Partido Justicialista, con los gobernadores derechosos y poco éticos a la cabeza).

A despecho de todo lo que no me gusta del universo K, un año después de aquel 28 de octubre de 2010, miro para tras satisfecho de haber pasado tantas horas molido en el medio de la multitud. De cierto modo, fue una manera de reivindicar, desde el total anonimato, todo con lo que me quedo de la historia reciente de un país.

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