lunes, 31 de diciembre de 2012

AÑO NUEVO, VIDA VIEJA


Como todos los años, el mundo celebra el cambio de año, como si se tratase de un hecho con dimensiones trascendentales para la vida personal de cada uno y para la colectividad.

Incluso administraciones públicas se preocupan en proporcionar fiestas, principalmente las relacionadas a las quemas de fuego de artificio. Habiendo poca gente que critica el uso del erario en ellas.

La búsqueda por lo nuevo impulsa a que muchas personas hagan del pasaje de año un verdadero ritual, donde para muchos no faltan las obligaciones a nivel de atuendo, como ponerse ropas de determinados colores, y de lo que comer o beber, entre muchas otras.

Pero es evidente que la naturaleza de los acontecimientos no le hace ningún caso al calendario. El desdén con el que esta mira a los pasajes de año contrasta con la expectativa que la gente crea en torno de ellos.

Los festejos de fin de año nos enseñan mucho de lo potente que es el efecto manada, momento en que uno participa acríticamente de algo solo por el hecho de que los demás también participan. Y esto ocurre con independencia de sexo, creencia o no creencia religiosa, o clase social.

Ojo, nada tengo en contra de los balances y retrospectivas en términos mediáticos del año que acaba y de los pronósticos del año que se avecina. Al fin y al cabo, los años sirven como jalones. Es por medio de los años (aunque más por los conjuntos de los años, décadas y siglos) que evaluamos evoluciones o involuciones.

El gran problema es ver a los años como si estos tuviesen una vida propia, que condicionan la vida de la gente. Cuando, en realidad, en el fondo, nada más son que una “fabricación” humana.