sábado, 11 de septiembre de 2021

SARMIENTO Y LA OTREDAD

 

Él fue, quizá, el más políticamente incorrecto de los próceres argentinos. Domingos Faustino Sarmiento tenía bien en claro cómo su pueblo debería alcanzar el desarrollo: por medio de la educación. Y tenía bien en claro cómo esa debería ser llevada a cabo: excluyendo la cultura de los pueblos originarios e importando, principalmente, la cultura anglosajona.

En una nación en construcción, la otredad era un elemento clave en la ideología sarmientista para la prosperidad de Argentina. Por un lado, se debería destruir la alteridad “negativa”; por otro, se debería ver a la alteridad “positiva” como una fuente de inspiración ineludible.

Mientras esa representaba la civilización, aquella representaba la barbarie. Dos conceptos casi trillados, pero inevitables cuando se habla del hombre que presidió a Argentina entre 1868 y 1874.

Evolucionista por antonomasia, Sarmiento era el hombre que predicó que el ejército argentino no economizara sangre gaucho en la Campaña del Desierto. ¿Sería Sarmiento un genocida en potencial? ¿O sería un anacronismo achacarle ese concepto? Al fin y al cabo, él vivió en una época plagada de positivismo, teoría en la cual el hombre blanco era el exponente de lo más avanzado que podría ser el homo sapiens.

En su amplio recorrido por naciones variopintas, de su “segunda patria”, Chile, donde, incluso, ayudó a desarrollar la educación del país, hasta los EEUU, pasando por Europa y hasta por la África colonial, Sarmiento pudo verificar in loco cómo funcionaba sus sistemas de enseñanza.

En Argelia, bajo dominio de Francia, por ejemplo, se tornó un entusiasta del tratamiento que los ocupantes galos les daban a los que él propio tildó de “gauchos árabes” y cuyo uno de los latiguillos, felizmente no llevado a la práctica de modo tan amplio, sería no dejar vivo a quien tuviera más que 14 años, pues serían irrecuperables.

También es cierto que lo que propuso Sarmiento y del cual fue uno de los actores principales, la escuela universal, laica y obligatoria, también significaba dar oportunidades a este otro que era blanco tan recurrente de sus diatribas.

Para los que, aunque no avalando su retórica demofóbica, no tienen una mirada tan mala a su respecto, al menos era algo que lo hacía una figura contradictoria.   

Para los que no tienen concesiones sobre el sanjuanino, el proyecto de Sarmiento y de los que lo acompañaban en la empresa de educar en masa al pueblo argentino, simplemente tenía como objetivo el control social y de formar buenos ciudadanos, dóciles y que fuesen gobernados por las élites sin protestar.

El hecho es que el sarmientismo fue uno de los factores que hizo con que Argentina fuera durante mucho tiempo el país más educado de la región y muy por arriba de la gran mayoría de Latinoamérica.

A modo de conclusión, una pregunta provocadora, pero no retórica. ¿El sarmientismo pudo haber moldeado en parte la argentinidad?

Si hoy los argentinos son vistos internacionalmente como un pueblo que se considera más cerca de Europa que del resto de Latinoamérica, ¿tal vez, no sería, en parte, resultado de la vida y obra de su más importante intelectual del siglo XIX?