En una nación en
construcción, la otredad era un elemento clave en la ideología sarmientista
para la prosperidad de Argentina. Por un lado, se debería destruir la alteridad
“negativa”; por otro, se debería ver a la alteridad “positiva” como una fuente
de inspiración ineludible.
Mientras esa
representaba la civilización, aquella representaba la barbarie. Dos conceptos
casi trillados, pero inevitables cuando se habla del hombre que presidió a Argentina entre 1868 y 1874.
Evolucionista por
antonomasia, Sarmiento era el hombre que predicó que el ejército argentino no
economizara sangre gaucho en la Campaña del Desierto. ¿Sería Sarmiento un
genocida en potencial? ¿O sería un anacronismo achacarle ese concepto? Al fin y
al cabo, él vivió en una época plagada de positivismo, teoría en la cual el
hombre blanco era el exponente de lo más avanzado que podría ser el homo
sapiens.
En su amplio
recorrido por naciones variopintas, de su “segunda patria”, Chile, donde,
incluso, ayudó a desarrollar la educación del país, hasta los EEUU, pasando por
Europa y hasta por la África colonial, Sarmiento pudo verificar in loco
cómo funcionaba sus sistemas de enseñanza.
En Argelia, bajo dominio
de Francia, por ejemplo, se tornó un entusiasta del tratamiento que los
ocupantes galos les daban a los que él propio tildó de “gauchos árabes” y cuyo
uno de los latiguillos, felizmente no llevado a la práctica de modo tan amplio,
sería no dejar vivo a quien tuviera más que 14 años, pues serían
irrecuperables.
También es cierto
que lo que propuso Sarmiento y del cual fue uno de los actores principales, la
escuela universal, laica y obligatoria, también significaba dar oportunidades a
este otro que era blanco tan recurrente de sus diatribas.
Para los que, aunque no avalando su retórica demofóbica, no tienen una mirada tan mala a su respecto, al menos era algo que lo hacía una figura contradictoria.
Para los que no tienen concesiones sobre el sanjuanino, el proyecto de Sarmiento y de los que lo acompañaban en la empresa de educar en masa al pueblo argentino, simplemente tenía como objetivo el control social y de formar buenos ciudadanos, dóciles y que fuesen gobernados por las élites sin protestar.
El hecho es que el
sarmientismo fue uno de los factores que hizo con que Argentina fuera durante
mucho tiempo el país más educado de la región y muy por arriba de la gran
mayoría de Latinoamérica.
A modo de conclusión, una pregunta provocadora, pero no retórica. ¿El sarmientismo pudo haber moldeado en parte la argentinidad?
Si hoy los
argentinos son vistos internacionalmente como un pueblo que se considera más
cerca de Europa que del resto de Latinoamérica, ¿tal vez, no sería, en parte,
resultado de la vida y obra de su más importante intelectual del siglo XIX?