jueves, 27 de mayo de 2010

Fue bonita la fiesta, che


No tengo ningún encanto especial hacia Argentina. Por lo general no me identifico con su gente, con sus medios (principalmente su esquizofrénica TV), y, principalmente, con su vida política. Aunque, valore algunas cosas suyas, como lo barato que son los transportes públicos (principalmente por ser de un país en que los transportes públicos son carísimos) y su generosidad en relación al ingreso de inmigrantes.

Pero, en este 25 de mayo, fecha del bicentenario de la revolución contra la metrópoli española, hubo cosas que estuvieron más allá de mi frialdad sentimental en relación a Argentina.

Estando en el medio de la muchedumbre que se apiñaba alegremente por las calles de Buenos Aires en los festejos de la efeméride pude sentir el pueblo en su condición más genuina. Viejos; jóvenes; niños; bebes; pobres; clase media; ricos; borrachos; chetos; bosteros; gallinas; diablos; académicos; santos (y seguro que de tantos otros cuadros); peronistas (de los más variados sectores); radicales; socialistas; los de la llamada izquierda revolucionaria; los de la derecha más rancia; y los que no se importan nada para la política.

No importa si muchos no tuviesen consciencia y conocimiento de la historia, que era, al fin y al cabo, lo que se conmemoraba.

La presencia por si misma de millones de personas que, seguro, hicieron del centro de Buenos Aires el espacio con mayor concentración de gente del mundo mientras había los festejos, hizo que Argentina tuviera un momento impar. Solamente el hecho de que su aniversario propiciase el encuentro de tantos sectores diferentes de la sociedad, está más allá de todo.

Dudo, como dijo Fito Paez, el maestro del encierro del “cumple” argentino que la celebración del 25 de mayo puede marcar un antes o después de Argentina. Infelizmente hace falta otras cosas que momentos bonitos para que un país cambie.

Entretanto, el momento estará para siempre, para la eternidad. Me sentí, realmente, honrado de poder compartirlo con el pueblo argentino. Tanto que por la primera vez en mi vida canté, y con entusiasmo, su himno.