jueves, 22 de octubre de 2020

RENTA BÁSICA UNIVERSAL


Uno de los temas más globales de los últimos años es la Renta Básica Universal (RBU), cuyo concepto esencial sería garantizar un ingreso fijo a toda la población de un país.

Considerada utópica por muchos y ridiculizada por otros, el hecho es que, de momento, la RBU está más en la cabeza de los intelectuales y de las organizaciones sociales que en los proyectos políticos en concreto. La única experiencia práctica fue la que se implantó en Finlandia hace unos años con un pequeño grupo de personas que en el momento en que empezaron a cobrarla estaban desempleadas.  

Los principales argumentos en contra de la RBU son que fomentaría la vagancia, que no sería justo que incluso los ricos la cobrasen y que sería difícil financiarla.

El primero es muy simplista y medio burdo e, incluso, podría ser lo contrario de ello en muchos países. Al menos si se hiciese un paralelo con las rentas básicas destinadas a personas que agotaron el subsidio de desempleo y que son pobres o miserables. Con ellas, las personas sí pueden ser desencorajadas a buscar trabajo, puesto que perderían la prestación (principalmente en países en que esta renta básica es generosa. Un francés sin hijo puede nunca más trabajar en su vida que por medio de las prestaciones sociales tiene garantizado cerca de 800 euros, por ejemplo). Con la RBU no. Como el ciudadano cobra trabajando o no, no hay sentido en decir que dasalienta la búsqueda por una labor. Lo que sí podría desalentar sería la aceptación por trabajo que genera mucho sufrimiento.

El segundo no considera que si los ricos la cobrasen no supondría que serían receptores netos (que es lo que, efectivamente, importa), ya que podrían pagar más impuestos, que no solo anularía el beneficio, como podría hacerles contribuyentes netos de la RBU, de acuerdo a como fuese financiada.

Y es justamente su financiación el gran escollo de la RBU. Al menos en el ámbito de las propuestas, desde mi prisma, irrealistas de quienes la defienden.

No tengo dudas de que la RBU, por las buenas o por las malas, será ineludible en un futuro no tan lejano. La mecanización de las actividades productivas cada vez más eliminará puestos de trabajo. La tendencia es que todos los trabajos humanos que no dependen de discernimiento subjetivo sean sustituidos por las máquinas. Incluso labores que requieren de mucha calificación.

En ese cuadro, quizá, por un lado, la mayor parte de la población no tendrá trabajo. Pero, por otro, las empresas, libres de pagar salarios, van a tener muchas más ganancias y sería imperioso que los gobiernos les cobrasen más impuestos, pudiendo de esta manera financiar con relativa facilidad la RBU. Sería eso o el caos social, que no interesaría a nadie.

Pero hoy día, ¿sería viable la financiación de la RBU? Claro que la respuesta depende primariamente de cada país, de su riqueza y de cuánto sería la RBU. Entretanto, algo que podría allanar el camino para su financiación sería más impuestos cobrados a las empresas a cambio de algo que seguramente escandalizaría a muchos (principalmente a muchos izquierdistas): el fin de los derechos laborales y del sistema jubilatorio por repartición.

La idea se sostiene en que si una empresa no tiene obligaciones predeterminadas por una ley para con sus trabajadores y la negociación salarial y de condiciones de trabajo es libre entre esos y aquella, por un lado, podría actuar de modo más dinámico y tener más ganancias, y, por otro, mucho de lo que paga en concepto de indemnización por despido y encargos obligatorios dejaría de ser una imposición legal. Todo este ahorro y estos beneficios a más podrían tener como contrapartida un impuesto directamente destinado a financiar la RBU. 

Del lado del ciudadano, con una renta garantizada, podría ser él mismo el que haga su “ley”. Es decir, sería potencialmente autónomo para decidir qué condiciones le conviene o no. Obviamente que el nivel de autonomía dependería de cuánto sería la RBU y cuan necesario serían los ingresos generados por el trabajo de acuerdo con sus necesidades de consumo (esenciales o no).  

En lo que se refiere al sistema jubilatorio, el razonamiento sería en el sentido de sacar del estado la obligación de destinar una gran parte de los presupuestos nacionales para sostener un sistema que es cada vez más costoso en muchos países por el aumento de la expectativa de vida y que fue pensado para sociedades en que se vivía mucho menos. Sería obligación primaria del ciudadano si quisiera tener una renta cercana a lo que gana trabajando de ser el responsable por los aportes directos a su jubilación en un sistema de capitalización (que incluso podría ser en parte estatal). El sistema de capitalización asusta a muchos. Pero en el marco de una RBU, primero, el ciudadano siempre podría contar con ella, sumándole a lo (poco o mucho) que pudo capitalizar durante los años en que trabajó. Segundo, dependiendo del contexto económico de cada país, el estado podría pagarles un plus en concepto de RBU a los ancianos si la suma de dinero capitalizado y RBU es muy poca.

Tal vez, estas proposiciones no encontrasen buena recepción en las sociedades actualmente. Por el lado de la izquierda, en su gran parte anquilosada en determinados símbolos y poco sensible al pragmatismo, no sería admitido el fin de los derechos laborales. Muchos no entienden la razón única de su existencia, proteger al eslabón más débil, que es el trabajador, y creen que se trata de una naturalidad como el sol, el cielo y el aire, y que podrían ser prescindibles si el ciudadano no depende exclusivamente del trabajo para vivir (al menos para vivir con lo básico). Puedo comprender que solo admitiesen el fin de los derechos laborales si la RBU fuera lo suficientemente generosa. Pero no dudo que muchos de los izquierdistas, de tan apegados a la lucha de clases y otros conceptos marxistas (y los derechos laborales son una consecuencia de las muy importantes en su momento luchas obreras), rechazarían su fin independientemente del valor de la RBU.

Por el lado de la derecha, aunque se diga que la idea de la RBU fue vista con simpatía incluso por el gurú del liberalismo económico Milton Friedman, lo cierto es que la mentalidad de quien está de este lado de la vereda ideológica, es contrario al principio de ingreso no advenido del trabajo (casi por una posición “religiosa”). Creen que va en contra de la naturaleza humana. Para no hablar de los que están más cerca del extremo del liberalismo, que piensan que roza lo inmoral que la producción de unos pueda financiar el bienestar de otros.

Pero estoy convicto de que de a poco habrá cada vez más gente que se dará cuenta de que la ecuación que planteo será la que arroje el resultado más cercano a lo óptimo en materia de distribución de renta y de libertad económica.