viernes, 11 de junio de 2010

LOS MUNDIALES Y YO

El periodista argentino Roman Iutch ha hecho una de aquellas reflexiones que me gustaría haber hecho yo. “Se mide el paso del tiempo a través de dos variables: los mundiales y el crecimiento de los hijos”

Yo no tengo hijos y creo que nunca tendré. Así que mi tiempo es basado solo por la variable de este evento que ocurre a cada cuatro años, que, por más que predigan su desaparición en virtud de un rol absoluto de los clubes multinacionales en el balompié, no para de crecer a cada edición, en términos de ingreso y audiencia.

Para mí, justamente el año de 1990, año del Mundial de Italia, sirve como referencia en mi existencia.

Fue la primera vez que vi (teniendo consciencia de estar viendo) a una Copa del Mundo.

Todo lo que antecede a 1990, o, más concretamente, al Mundial de 1990, parece para mí una pre vida.

El Mundial de 1990 también fue para mí el que más recuerdo con nostalgia. No la nostalgia de echar de menos al pasado por lo que ocurrió en él. Y sí una nostalgia por lo que podría haber sido y no fui.

En la Copa de Italia se consolidó definitivamente mi sentimiento contrario a los colores de mi propio país, Brasil. Sin saber bien porqué, poco antes del Mundial, en la Eliminatorias y en la Copa América de 89, me veía hinchando contra Brasil. De una manera natural y sin que tuviese la más mínima reflexión – algo un tanto impropio para un niño de siete años – de la razón por la cual esto se sucedía.

Quizá, querer llevar la contraria. O quizá, también, por una inconciente previsión de mi infeliz vida en los años posteriores. Al fin y al cabo, el sentir patriótico tiene mucho que ver con el sentido de pertenencia. Y la falta de éste me hacía profundamente reacio a cualquier aproximación amorosa con Brasil. Ya que mi vida se resumía, y, de cierta manera aun se resume, a mi mismo. Por eso, Brasil y los brasileños estaban en un plano y yo en otro.

Itália fue el equipo que me atrapó la atención. Tal vez por el AC Milán, primer club tras el São Paulo que me consideré hincha.

Mi apoyo a la azurra, se fue transformando en fanatismo conforme ésta iba avanzando. Hasta que llegó la trágica semifinal contra Argentina, la primera gran decepción de mi vida. De estas que uno no sabe cómo reaccionar, de la cual su resultado parece inadmisible para la continuación del curso de la vida.

La eliminación italiana ante la albiceleste me generó, incluso, un sentimiento de culpa. Por haber estado tan contento con la derrota de Brasil ante Argentina en los octavos.

Pensaba que si fuese Brasil y no Argentina el adversario las cosas ciertamente irían a ser distintas. Y no paraba de repetir que si pudiese volver en el tiempo habría preferido el pase de Brasil y no de Argentina – como si hinchar por un equipo tuviese algún influjo en los partidos.

Argentina, que ya no me inspiraba simpatía, tal vez por sus jugadores de pelo largo, que me parecía muy agresivo, ha pasado a ser el equipo que tras Brasil hinchaba más en contra.

Al menos, los comandados por Carlos Bilardo perdieron la final contra Alemania con un gol de penal mal señalado que los argentinos hasta hoy reclaman, olvidándose que antes hubiera dos que no fueron marcados. Decisión que acompañé en la casa de mis tíos, donde pasé gran parte de mi infancia. Me acuerdo que toda mi familia estaba haciendo fuerza por Alemania y solo mi abuelo paterno iba por Argentina. Con todos los demás indignados cómo él podría estar con Argentina, selección que la mayoría de los brasileños aman detestar.

Cuatro años después, en el Mundial de EEUU, yo era un crío paralizado. Sin reacción a mi entorno. Casi totalmente inmueble en la escuela, no logrando establecer la más mínima relación con mis colegas y siendo blanco de bullyng, del cual ni se hablaba en la época.

El fútbol era a par de mi estado inorgánico ante el mundo cada vez más una fijación. Casi solo me interesaba el fútbol. En ver, pues jugar ni tenía con quien hacerlo.

En 1994 ver al fracaso de Brasil era una obsesión. No podría imaginar al equipo nacional por el cual nutría un odio de estimación tornarse campeón del mundo. Pero, fue esto que acaeció, en aquella tarde de domingo, del 17 de julio, y justamente contra Italia, por quien repetí mi hinchada, pero sin el mismo fervor de hace cuatro años.

El triunfo del escrete contribuyó para que 1994 fuese, tal vez, el peor año de vida. Mi situación en la escuela llegaba a un límite insoportable. Mi familia no permitía que volviera y fuese solo a la escuela, aunque ya tuviese 13 años. Era obligado a volver acompañado por mis padres o por mis abuelos.

En el recreo me quedaba totalmente aislado en un rincón del patio, sin saber adónde ir, mientras los demás charlaban, jugaban y se reían de mi.

Además, 1994 supuso el fin de la hegemonía de mi São Paulo FC en la Copa Libertadores, tras dos títulos consecutivos. Por muchos años la victoria en los penales de Brasil en el Mundial de 1994 y la derrota del São Paulo, también en los penales en la final de la Libertadores fueron los días más tristes de mi vida.

En 1998, año del Mundial de Francia, seguía una vida aislada, pero sin sentirme tan frágil como antes. Arrancaba mi conciencia social y política, y, principalmente, el deseo que no quería seguir viviendo en Brasil.

Por una total ingenuidad imaginé que mis padres podrían financiarme en otro país cuando llegase la altura de empezar estudios universitarios. Elegí a Portugal, por la lengua. Coincidentemente, en este año, o, como influjo de esto pasé a tener acceso a Radiotelevisão Portuguesa Internacional. Vislumbré en Portugal mi futuro.

Me parecía increíble que podría cambiar de país hablando la misma lengua que en Brasil.

La ilusión de poder seguir una carrera en Portugal duró muy pocos meses. Luego cuando conté mis planes a mis padres, me dijeron que ni pensar sería posible (de hecho, yo mismo, con mi creciente vergüenza de la dependencia de mi familia no iría querer aunque hubiese alguna posibilidad)

Pero, decidí que Portugal iría a ser mi patria. Aunque solo yendo terminada la facultad.

Empecé, entonces, a nutrir dentro de mi un enorme amor por este país. En Francia 98 Portugal no estaba. Aun tenía alguna simpatía por la selección italiana y de nuevo hinché por el equipo transalpino. Aunque también me haya sensibilizado mucho por Francia, principalmente por el impacto que me causaba ver la Marsellesa cantada por todo el estadio. Los cuartos entre las dos selecciones me dejó con el corazón dividido. Pero, acabé haciendo fuerza por Italia. Fue justamente el juego más difícil para Francia, que solo ganó en la tanda de penales.

Entretanto, lo más importante era ver el fracaso de la “verde e amarelo”, aunque sin el mismo fervor de hace cuatro años.

Para mí bien Zidane y cia acorralaron a los entonces campeones del mundo en la decisión. Los 3-0 de los galos fueron un alivio.

En 2002, en Corea-Japón por la primera vez podría decir que tenía efectivamente una selección mia, la selección de mi país, Portugal – aunque eso fuese solo en mi imaginación, pues continuaba en Brasil.

En los mundiales anteriores, Italia era el equipo por el cual hinchaba, pero no tenía ninguna relación con Italia como país.

Ya estaba a un año y medio de terminar la facultad de periodismo, o, como suelo decir, la seudofacultad, pues en la facultad de periodismo no se aprende casi nada. En realidad, para quien tiene vocación de ser periodista, la facultad de periodismo no hace falta. Y para quien no tiene la vocación la facultad no sirve.

Después de haber llegado a la semifinal de la Eurocopa de 2000 y de haber realizado una muy buena eliminatoria, además de contar con el mejor jugador del mundo de 2001, Luis Figo, todo se podía esperar de Portugal. Y el todo terminó en nada. Con una eliminación luego en la primera fase.

En este Mundial ya no me preocupaba la selección brasileña. Quería que perdiese. Pero, el “penta” de Brasil no tuvo impacto en mi estado anímico.

En realidad, el Mundial de 2002 fue el que menos acompañé. Ya no tenía paciencia para ver a juegos entre selecciones que no me importaba si perdían o si ganaban (soy de aquellos que no se interesan mucho por el fútbol en si, pero sí por los equipos rivales y propios).

En el Mundial de Alemania de 2006, ya llevaba más de dos años de haberme seudolicenciado. Al contrario de lo que tenía como algo seguro a principio de mis anhelos lusos, no emigré. Acabé no teniendo coraje de ir, sin perspectiva de trabajo y de legalización. Pero, mi corazón seguía portugués, como sigue hoy. De esta vez Portugal fue mucho más lejos, llegando al cuarto puesto. Quizá si contase con un delantero de más contundencia podría incluso haber sido campeón.

En la final - ufa, la primera que Brasil no participaba desde 1990 - entre Francia y Italia, estuve con el equipo del hexagono, en razón de mi admiración por Francia, el más social y, principalmente, laico, de los países latinos. Infelizmente Italia fue más competente y venció en la tanda de penalidades tras el emparte de 1-1 en los 90' y en la prórroga.

Ahora, en este Mundial que empieza hoy en Sudáfrica, por la primera vez voy a ver esta competición fuera de Brasil.

No sé si mi vida tendrá un rumbo. Y no sé bien qué hago en Argentina, además de dormir, comer, cocinar, trabajar, leer e ir al gimnasio. Lo único que sé es que otros mundiales vendrán, y, con ellos, según el pensamiento de Iutch, al menos puedo saber para lo bueno y para lo malo, cuanto más viejo me voy quedando.