domingo, 11 de diciembre de 2011

LA NUEVA RUSIA


Este año se han cumplido los 20 años del fin de la URSS. Este hecho produjo tres cosas muy significativas: el término definitivo de la Guerra Fría, con el derrumbe del socialismo como sistema de influencia internacional, finalizando su debacle iniciada con la caída del Muro de Berlín, en 1989; el surgimiento de decenas de nuevos países que hasta entonces formaban el imperio socialista euroasiático nucleado por Rusia; y, principalmente, algo inédito en la historia de esta nación, un régimen democrático y pluripartidario.

En el fin de 1991, la democracia, teóricamente, venía su alba en un país que durante toda su historia solo había conocido al autoritarismo, sea con los zares, sea con los dictadores socialistas. Pero en la práctica la teoría fue otra. Muy lejos Rusia ha estado de constituirse como un Estado que cumpliera estándares siquiera razonables de país democrático.

Habiendo estado siempre alejada de la libertad, en Rusia no había dirigentes ni sociedad civil capaces de hacer y de exigir democracia, aunque ésta estuviese en vigor oficialmente.

Tras los erráticos años de la presidencia de Boris Yeltsin (1991-1999) - en que predominó la promiscuidad en la ola de privatizaciones de las empresas públicas y un liberalismo económico sin control (solo controlable por las ineludibles mafias) - Rusia tuvo en la figura de Vladimir Putin una fuerte lideranza. El ex agente de la KGB ganó prestigio junto a la población al devolverle al Estado un rol de peso en la economía, pero manteniendo el libre mercado, que nunca ha dejado de estar rehén, entretanto, de una profunda corrupción.

Con Putin, Rusia se ha configurado en una especie de despotismo democrático. El cerco a los medios oposicionistas (con algunos periodistas muertos de modo muy sospechoso) y el intento de encauzar políticamente a todo el país (restringiendo al máximo la participación de la oposición en la vida política) fueron de las principales marcas de Putin, que hoy gobierna el país en el puesto de primer ministro, ya que no había podido intentar su segunda reelección en las presidenciales de 2008, de la cual salió vencedor su entonces fiel escudero (hoy no tanto) Dimitri Medvédev.

Entretanto, algo parece cambiar en Rusia. Las elecciones parlamentares del pasado domingo - en las cuales el partido de Putin, el Rusia Unida, obtuvo casi la mitad de los votos - evidenciaron la tradicional falta de transparencia en los escrutinios del país, que llevan muchos a afirmar que éstas sufrieron un gran fraude. A diferencia de otros momentos, en que las voces críticas a los amaños de Putin se quedaban restrictas a los corajosos diarios opositores, de esta vez decenas de miles de rusos salieron a las calles, a lo largo y a lo ancho del inmenso territorio ruso, para protestar en contra del presunto pucherazo electoral.

Los rusos que colmaron plazas de varias ciudades del país este fin de semana son en gran parte jóvenes, que eran críos o siquiera habían nacido cuando la URSS se disolvió. Son la cara de una nueva Rusia, que no se resigna a que Rusia sea eternamente dictatorial o seudodemocrática.

Con Rusia abierta al mundo como nunca, pero con una democracia coja, la nueva generación rusa sabe que hay algo más allá del autoritarismo.

Todavía, quizá, tarde un poco para que Rusia entre en los carriles de una democracia en que al menos las elecciones de sus representantes sean dotadas de pulcritud. Pero los gobernantes rusos, con Putin a la cabeza, deben ser conscientes que ya son muchos los rusos que no ven la arbitrariedad como condición sine quo non para su país.

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