lunes, 2 de octubre de 2017

¿Y AHORA QUÉ CATALUÑA? ¿Y AHORA QUÉ ESPAÑA?

Aunque ya fueran esperadas altercaciones entre personas que querían votar y policías, no me imaginaba el número de heridos, 844, según la Generalitat, a causa de las acciones de la Guardia Civil y de la Policía Nacional para impedir el referéndum de autodeterminación de Cataluña.

La imagen de resistencia transmitida por muchos catalanes que fueron a votar o lo intentaron muestra lo cuan potente puede ser el sentimiento independentista en Cataluña. No se puede fiar por completo de los números divulgados por la Generalitat. Participación de 42% de participación y 90% de "síes", por los datos aún parciales. Pero quiero creer que si no son exactos, no están lejos de la realidad.  Además, también hubo quienes intentaron votar y lo fueron impedidos porque los colegios electorales estaban cerrados por las fuerzas de seguridad. De acuerdo con la Generalitat, habrían sido cerca 670.000 ciudadanos. Lo que supone aproximadamente el 12% del censo electoral catalán.

Ahora les toca a los independentistas catalanes la más trascendental de todas sus decisiones hasta aquí. El Ejecutivo catalán transmitirá el resultado del referéndum al Parlament y este tendría que, de acuerdo a lo fijado en la Ley de Transitoriedad Jurídica, declarar la independencia de Cataluña. En teoría, esta tendría que ser llevada a cabo 48 horas después de los resultados definitivos de la consulta del 1O.  El día en que se pronuncie el Parlament será una jornada en que la palabra "tensa" se quedará corta en la casa de la democracia catalana. Toda la turbulencia que marcó la votación de la Ley de Transitoriedad Jurídica se quedará chica cerca de eso.

El gran problema de los independentistas son las condiciones operacionales para la independencia. Si no dudo de que para muchos les sobre ganas, cueste lo que cueste, de separar Cataluña de España, les faltan elementos básicos para eso. No conozco ningún caso de país que se haya independizado unilateralmente sin tener un ejército o milicia propia o, al menos, que contase con la protección de algún otro país. Cataluña no los tiene. Tampoco puede contar con la más mínima protección de algún país vecino. En el límite se podría imaginar que los Mossos d'Esquadra podrían romper con España y dotar a Cataluña de alguna suerte de defensa. Pero no lo veo para nada en el horizonte.

Hasta el domingo, pensaba que los secesionistas irían a soslayar lo prometido. Que irían a encontrar alguna excusa para no llegar a un extremo que cortaría los puentes con España sin que Cataluña tenga herramientas para contrastar el monopolio de la fuerza que España seguiría teniendo. Pero no es eso que sugirieron las palabras del president de la Generalitat, Carles Puigdemont, en el discurso de anoche.

Habrá dos escenarios. Uno, que los separatistas hagan una media declaración de independencia. Que significa intentar abrir una ronda de negociaciones con España y la Unión Europea. Sería como postergar el tema, ganar más apoyo de la ciudadanía y enseñar a España, Europa y al mundo que de parte de Cataluña todavía hay margen para el diálogo, aun a sabiendas de que Madrid lo rechazaría.

Lo otro, y creo que lo más probable, con toda la carga emocional que vive Cataluña, es que la independencia se declare, pero con todos teniendo consciencia de que España destituirá - por medio del artículo 155 de la constitución, el que suspende la autonomía - las autoridades catalanas, haciendo con que Cataluña sea gobernada por representantes de Madrid. Además, no sería descartada la posibilidad de prisión de los líderes separatistas.

Con la aplicación del 155 es probable que el gobierno de España quiera convocar nuevas elecciones autonómicas para restablecer la "normalidad institucional" de Cataluña. O el movimiento independentista las acepta o las boicotea. Si no las acepte, no es descartado que clamen por una desobediencia civil. Si habrá una gran adhesión a ella sería muy difícil de saberlo. Pero, seguramente, una parte no despreciable de la sociedad catalana iría a seguirla. Las consecuencias serían inéditas en un país de la UE, como ya lo es la cuestión catalana en sí. Todos serían perjudicados. El presidente de gobierno, Mariano Rajoy, demuestra que no está mínimamente a la altura de un desafío tan peliagudo. O lo sacarían del gobierno - mayoría en el congreso español la hay para eso - o su falta de tacto llevaría España en la línea de un caos institucional, más conocido por un país latinoamericano que por una democracia europea.  Aunque tampoco es tan probable que un nuevo gobierno salido de unas hipotéticas elecciones generales anticipadas lograse apaciguar a Cataluña. Un gobierno alternativo sin el PSOE no sería posible en la España de hoy. Y el partido de la rosa y del puño cerrado tendría que flexibilizar mucho sus posiciones a respecto de Cataluña, puesto que hoy no admite el derecho a decidir. Solo un nuevo diseño institucional de España. Y, para empeorar, un cambio constitucional que permitiese una vía legal para que los catalanes puedan decidir su futuro, solo es posible con mayoría de dos tercios en el congreso. Es decir, esta también tiene que pasar por el PP.

Qué momentos de incertidumbre vive Cataluña y España. La historia se ha acelerado como nunca se ha acelerado en un país de la UE. Cuando eso ocurre, lo que más hace falta es saber hacer política. Hacerla en su sentido más noble.

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