lunes, 23 de agosto de 2010

EL INFIERNO SON LOS OTROS

“Que devuelvan los extranjeros de esta villa para sus países” – sin tapujos, fue así el mensaje de una oyente en el programa de Fernando Bravo, en Radio Continental, el último viernes, luego del anuncio de que el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires destinaría $ 8.000 para 64 familias que han aceptado ser desalojadas de un predio de la autopista Illia, en los alrededores de la Villa 31, en Retiro.

Las demás intervenciones de la emisión y de los foros de los diarios en Internet que he podido averiguar en su mayor parte eran de indignación ante el subsidio del ejecutivo porteño a los “villeros”. Como si $8.000 fuesen resolver la vida de una familia.

El miedo o rechazo a muchas personas es un sentimiento y una actitud amplio en la clases altas y medias de las sociedad argentina y latinoamericana en general.

La demofobia es una de las consecuencias de la desigualdad social y económica. La realidad tan distinta que unos viven produce un cierto incómodo hacia la camadas más pobres de la población.

La sociedad argentina, o, al menos, la porteña y bonaerense, en particular, vive un fenómeno que no ocurre en otros países latinoamericanos, la presencia masiva de trabajadores extranjeros, que, en gran parte, se juntan al grupo de los más carenciados del país.

El Estado argentino, sin duda, es extremamente generoso ante la inmigración, con una legislación muy flexible sobre el tema. Pero, en general, este tratamiento abierto del Estado no es muy avalado por la sociedad. Aunque no me arriesgaría tildar a los argentinos de xenófobos.

Entretanto, casos como la solución encontrada para el desalojo de aquellas familias, entre las cuales, supuestamente, se encontrarían extranjeros, expone una doble intolerancia.

Según esta consigna, las familias serían doblemente oportunistas. Primero por “se adueñaren” de tierras y aun cobraren para salir de ellas. Y segundo por vinieren a un país que no es el suyo y aun contaren con la buena voluntad de este país.

La perspectiva de intolerancia suele ser también simplista y miope. Muchos ven solamente una parte de lo que es ocupar un predio o vivir en una villa, la de no pagar impuestos.

Pero, se olvidan o no logran ver la otra parte de la historia. Falta de transporte público, con la gente teniendo que hacer largas caminatas para moverse; precariedad en servicios básicos, como de luz y agua, que, en particular, llega contaminado a las villas; exposición enorme a la violencia, por la falta de policías; y inviernos mucho más duros.

Para muchos vivir en estas condiciones es la única alternativa que encuentran, teniendo en cuenta el déficit habitacional de Buenos Aires y los caros alquileres que hay, completamente impeditivos, principalmente para quien trabaja en negro.

Acerca de los extranjeros, concretamente, los que vienen de países de fuera del MERCOSUR, es verdad que Argentina podría establecer más reglas para su entrada. Pero, una vez habiendo la libertad que Argentina les concede, hay que entender que en su gran mayoría vienen, honestamente, en búsqueda de una vida mejor, en un país que posee un nivel de vida superior al promedio latinoamericano.

Los juicios morales son siempre peligrosos. Y ponerse en el zapato del otro es la única forma de huir de ellos. Lo que no significa ir por la senda de lo políticamente correcto, pues los cuestionamientos y reflexiones son siempre bienvenidos, pero siempre cuando no sean pintados de negro y blanco.

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